De Occupy a Ferguson, cada vez que surge un movimiento de base nuevo, los expertos afirman que carece de demandas claras. ¿Los manifestantes por qué no resumen sus objetivos de manera coherente? ¿Por qué no hay representantes que puedan negociar con las autoridades para avanzar una agenda concreta a través de canales institucionales? ¿Por qué no pueden expresarse en un lenguaje familiar, con la etiqueta adecuada?
A menudo, esto es una retórica insincera de aquellos que prefieren que los movimientos se limiten sus acciones al buen comportamiento. Cuando seguimos una agenda que ellos preferirían no reconocer, nos acusan de que somos irracionales o incoherentes. Comparemos la Marcha por el Clima del año pasado, que unió a 400,000 personas detrás de un simple mensaje (de forma tan inofensiva que fue innecesario que las autoridades hicieran un solo arresto1, con el Levantamiento de Baltimore de abril del 2015. Muchos alabaron la Marcha por el Clima mientras ridiculizaban el levantamiento en Baltimore como irracional, desmesurado, e ineficaz; Sin embargo, la Marcha tuvo poco impacto concreto, mientras que el levantamiento obligó al fiscal general a presentar cargos casi sin precedentes contra la policía. Puedes apostar que si 400,000 personas respondieron al cambio climático de la misma manera que unos miles respondieron al asesinato de Freddie Gray, los políticos cambiarían sus prioridades.
Incluso aquellos que demandan demandas con las mejores intenciones malinterpretan la falta de demandas como una omisión en lugar de una decisión estratégica. Sin embargo, los movimientos sin demanda de hoy no son una expresión de inmadurez política. Son una respuesta pragmática al estancamiento que caracteriza a todo el sistema político.
Si fuera tan fácil para las autoridades conceder las demandas de los manifestantes, pensarías que veríamos más de eso. De hecho, desde Obama hasta Syriza, ni siquiera los políticos más idealistas han podido cumplir las promesas de reforma que los llevo a ganar elecciones. El hecho de que se presentaron cargos contra los asesinos de Freddie Gray después de los disturbios en Baltimore sugiere que la única manera de avanzar es interrumpir por completo las peticiones.
Entonces, el problema no es que los movimientos de hoy carecen de demandas. El problema es la política de las demandas. Si buscamos un cambio estructural, debemos establecer nuestra agenda fuera del discurso de quienes tienen el poder, fuera del marco de lo que pueden hacer sus instituciones. Necesitamos dejar de presentar demandas y comenzar a establecer objetivos. Veamos por qué.
Hacer demandas te pone en una posición de negociación más débil.
Incluso si tu intención es simplemente negociar, te estas poniendo en una posición más débil al explicar desde el principio lo mínimo necesario para apaciguarte. Ningún negociador astuto comienza haciendo concesiones. Es más inteligente parecer implacable: ¿así que quieres llegar a un acuerdo? Haznos una oferta. Mientras tanto, estaremos aquí bloqueando la autopista y prendiendo fuego a las cosas.
No hay posición más fuerte que poder implementar los cambios que deseamos, sin pasar por las instituciones oficiales (el verdadero significado de la acción directa). Cuando podemos hacer esto, las autoridades se apresuran a ofrecernos todo en vano. Por ejemplo, la decisión de Roe vs. Wade que legalizó el aborto solo ocurrió después de que grupos como Jane Collective establecieron redes auto-organizadas que proporcionaban abortos asequibles a decenas de miles de mujeres.
Por supuesto, aquellos que pueden implementar los cambios que desean directamente no necesitan exigirle a nadie, y cuanto antes lo reconozcan, mejor. Recuerda cómo la gente en Bosnia incendió edificios gubernamentales en febrero de 2014 y luego convocó asambleas para formular demandas al gobierno. Un año después, no habían recibido nada más que cargos penales, y el gobierno siguió estable y corrupto como siempre.
Limitar un movimiento a demandas específicas sofoca la diversidad, preparándolo para el fracaso.
La sabiduría convencional es que los movimientos necesitan demandas para cohesionarse: sin demandas serán difusos, efímeros, e ineficaces.
Sin embargo, las personas que tienen demandas diferentes, o que no tienen, aún pueden construir el poder colectivo juntos. Si entendemos los movimientos como espacios de diálogo, coordinación, y acción, es fácil imaginar cómo un solo movimiento podría avanzar en una variedad de agendas. Entre más horizontal la organización estructural, es más fácil acomodar objetivos diversos.
La verdad es que prácticamente todos los movimientos están destrozados por conflictos internos sobre cómo estructurarse y cómo priorizar los objetivos. La demanda de demandas generalmente surge en un movimiento como un juego de poder por parte de las facciones que les interesan más las instituciones prevalecientes, como un medio para deslegitimar a aquellos que desean construir el poder de forma autónoma en lugar de pedirle a las autoridades. Esto tergiversa las diferencias políticas reales como desorganización y la oposición real a las estructuras de gobierno como ingenuidad política.
Obligar a un movimiento diverso que reduzca su agenda a unas pocas demandas inevitablemente consolida el poder en manos de una minoría. ¿Quién decide qué demandas priorizar? Por lo general, es el mismo tipo de personas que tienen un poder desproporcionado en otras partes de nuestra sociedad: profesionales ricos, predominantemente blancos, bien versados en el funcionamiento del poder institucional y los medios corporativos. Los marginados son marginados nuevamente dentro de sus propios movimientos, en nombre de la eficacia.
Sin embargo, esto rara vez sirve para hacer que un movimiento sea más efectivo. Un movimiento con espacio para la diferencia puede crecer; movimientos basados en la unanimidad fallan. Un movimiento que incluye una variedad de agendas es flexible, impredecible, difícil de comprar. Es difícil engañar a sus participantes para que renuncien a su autonomía a cambio de algunas concesiones. Un movimiento que valora la uniformidad reductiva está obligado a alienar a un grupo demográfico tras otro, ya que subordina sus necesidades y preocupaciones.
Un movimiento que incorpora una variedad de perspectivas y críticas puede desarrollar estrategias más integrales y multifacéticas que una campaña de un solo tema. Forzar a todos a alinearse detrás de un conjunto de demandas es una mala estrategia: incluso cuando funciona, no funciona.
Limitar un movimiento a demandas específicas socava su longevidad.
Hoy en día, a medida que la historia avanza cada vez más rápido, las demandas a menudo se vuelven obsoletas antes de que una campaña pueda despegar. En respuesta al asesinato de Michael Brown, los reformistas exigieron que la policía usara cámaras corporales, pero antes de que esta campaña pudiera comenzar en forma, un gran jurado anunció que el oficial que asesinó a Eric Garner tampoco sería juzgado, a pesar de que el asesinato de Garner si había sido captado en cámara.
Los movimientos basados en demandas específicas colapsan tan pronto las demandas son superadas por los eventos, mientras que los problemas persisten. Incluso desde una perspectiva reformista, tiene más sentido construir movimientos en torno a los problemas, en lugar de soluciones específicas.
Limitar un movimiento a demandas específicas da la impresión falsa de que existen soluciones fáciles a problemas que son extremadamente complejos.
“OK, tienes muchas quejas, ¿quién no? Pero dinos, ¿qué solución propones?”
La demanda de detalles concretos es comprensible. No sirve de nada simplemente desahogarse; el punto es cambiar el mundo. Pero cambio significativo requerirá más que cualquier ajuste pequeño que las autoridades están dispuestos a dar.
Cuando hablamos como si hubiera soluciones simples para los problemas que enfrentamos, intentando parecer igual de “prácticos” que los expertos en políticas gubernamentales, preparamos el escenario para el fracaso, independientemente de si nuestras demandas se otorgan o no. Esto generará desilusión y apatía mucho antes de que hayamos desarrollado la capacidad colectiva de llegar a la raíz de las cosas.
Es un error prometer soluciones fáciles en un vano intento de legitimarnos, especialmente para aquellos de nosotros que creemos que el problema fundamental no se trata de ajustes de políticas, sino de la distribución desigual del poder y la libertad en nuestra sociedad. No es nuestra responsabilidad presentar soluciones hechas para ser aplaudidas por las masas; deja eso a los demagogos. Nuestro desafío, más bien, es crear espacios donde las personas puedan discutir e implementar soluciones directamente, de manera continua y colectiva. En lugar de proponer soluciones rápidas, deberíamos difundir nuevas prácticas. No necesitamos planos, sino puntos de partida.
Ninguna iniciativa corporativa detendrá el cambio climático; Ninguna agencia gubernamental va a dejar de espiar a la población; Ninguna fuerza policial abolirá el privilegio blanco.
Hacer demandas supone que quieres cosas que tu adversario puede otorgar.
En realidad, es dudoso que las instituciones prevalecientes puedan otorgar la mayoría de las cosas que queremos, aun si nuestros gobernantes tuvieran corazones de oro. Ninguna iniciativa corporativa detendrá el cambio climático; ninguna agencia gubernamental va a dejar de espiar a la población; ninguna fuerza policial va a abolir el privilegio blanco. Solo los organizadores de las ONG todavía se aferran a la ilusión de que estas cosas son posibles, probablemente porque sus trabajos dependen de ello.
Un movimiento lo suficientemente fuerte podría dar golpes contra la contaminación industrial, la vigilancia estatal y la supremacía blanca institucionalizada, pero solo si no se limita a simplemente crear peticiones. La política basada en la demanda limita todo el alcance del cambio a reformas que cumplen con la lógica del orden existente, margándonos y difiriendo el cambio real para siempre más allá del horizonte.
No sirve de nada pedirle a las autoridades cosas que no pueden o quieren otorgar. Tampoco debemos darles excusas para adquirir aún más poder del que ya tienen, bajo el pretexto de que lo necesitan para cumplir con nuestras demandas.
Hacer demandas a las autoridades legitima su poder, centralizando la autonomía en sus manos.
Es una tradición que las organizaciones sin fines de lucro y las coaliciones de izquierda presenten demandas que saben que nunca se concederán: no invadan a Iraq, no corten el presupuesto de la educación, subsidien a las personas en vez de los bancos, hagan que la policía deje de matar a los negros. A cambio de breves audiencias con burócratas quienes rinden cuentas a jugadores mucho más astutos, diluyen sus políticas e intentan que sus colegas menos complacientes se comporten. Esto es lo que llaman pragmatismo.
Tales esfuerzos no logran su propósito original, pero si consiguen algo: enmarcan una narrativa donde las instituciones existentes son los únicos protagonistas concebibles para lograr cambios. Esto, a su vez, allana el camino para futuras campañas infructuosas, espectáculos electorales donde candidatos políticos nuevos engañan a los jóvenes idealistas, y parálisis en los que la persona promedio solo puede imaginar acceder a su propio poder a través de la mediación de algún partidos político u organización. Rebobine la cinta y reprodúzcala nuevamente.
La autodeterminación real no es algo que la autoridad nos pueda otorgar. Tenemos que desarrollarlo actuando con nuestra propia fuerza, centrándonos en la narrativa como protagonistas de la historia.
LAS REFORMAS QUE LOGRAN GANANCIAS A CORTO PLAZO A menudo establecen el escenario para los problemas a largo plazo.
EL MISMO SISTEMA JUDICIAL QUE PERMITIÓ LA DESEGREGACIÓN, hoy encarcela a UN MILLÓN DE PERSONAS NEGRAS; LA MISMA GUARDIA NACIONAL QUE SUPERÓ LA INTEGRACIÓN EN EL SUR ESTÁ MOVILIZADA PARA REPRIMIR las DEMOSTRAciones EN FERGUSON Y BALTIMORE.
INCLUSO CUANDO dichas INSTITUCIONES son obligadas a conceder demandas ESPECIFICAS, esto solo legitima las herramientas que normalmente se utilizan es contra nosotros.
Hacer demandas demasiado pronto puede limitar el alcance de un movimiento por adelantado, cerrando el campo de posibilidades.
Al comienzo de un movimiento, cuando los participantes aún no conocen el alcance de su poder colectivo, es posible que no hayan concientizado lo exhaustivo y arduo que son los cambios que desean. Enmarcar las demandas en este momento de la trayectoria de un movimiento puede impedirlo, limitando las ambiciones y la imaginación de los participantes. Del mismo modo, establecer al principio un precedente de reducir o diluir sus objetivos solo aumenta la probabilidad de que esto suceda una y otra vez.
Imagínate si el movimiento Occupy hubiera acordado demandas concretas desde el principio, ¿habría servido como un espacio abierto en el que tanta gente pudo reunirse, desarrollar su análisis y radicalizarse? ¿O se hubiera convertido únicamente en un campamento de protesta solo relacionado con la personalidad jurídica de una empresa, los recortes presupuestarios y tal vez la Reserva Federal? Es mejor que los objetivos de un movimiento se desarrollen a medida que el movimiento se desarrolla, en proporción a su capacidad.
Hacer demandas establece a algunas personas como representantes del movimiento, estableciendo una jerarquía interna y dándoles un incentivo para controlar a los demás participantes.
En la práctica, unificar un movimiento detrás de demandas específicas generalmente significa designar portavoces para negociar en su nombre. Incluso si se eligen “democráticamente”, sobre la base de su compromiso y experiencia, no pueden evitar desarrollar intereses diferentes a los otros participantes como consecuencia del papel que desempeñan.
Para mantener la credibilidad en su papel de negociadores, los portavoces deben ser capaces de apaciguar o aislar a cualquiera que no esté dispuesto a aceptar las condiciones de las negociaciones. Para los que aspiran al liderazgo, esto los incentiva a demostrar que pueden pacificar el movimiento, con la esperanza de ganarse un puesto en las mesas de negociaciones. Las mismas almas valientes cuyas acciones intransigentes apalancaron el movimiento al comienzo, se encuentran con activistas profesionales que se unieron después diciéndoles qué hacer o hasta negando que ellos hacen parte del movimiento. Esto se desarrolló en Ferguson en agosto de 2014, donde los lugareños despegaron el movimiento al enfrentarse a la policía, para luego ser calumniados por políticos y figuras públicas como gente ajena que se estaban aprovechando del movimiento para participar en actividad criminal. Todo lo contrario era cierto: los nuevos buscaban arrebatar un movimiento iniciado por una actividad ilegal honorable, para legitimar de nuevo las instituciones de autoridad.
A largo plazo, este tipo de apaciguamiento solo contribuye a la derrota de un movimiento. Esto explica la relación ambigua que muchos líderes tienen con los movimientos que ellos representan: para ellos ser útil a las autoridades, tienen que ser capaces de someter a sus camaradas, pero someterlos solo es necesario cuando el movimiento es una amenaza para las autoridades. De ahí la extraña mezcla de retórica militante y obstrucción práctica que a menudo caracteriza a tales figuras: deben cabalgar la tormenta, pero mantenerla a raya.
A veces, lo peor que le puede pasar a un movimiento es que se cumplan sus demandas.
La reforma sirve para estabilizar y preservar el status quo, matando el impulso de los movimientos sociales, asegurando que no se produzca un cambio más minuciosos. Otorgar pequeñas demandas sirve para dividir un movimiento poderoso, persuadiendo a los participantes menos comprometidos de irse a casa o hacerse los de la vista gorda ante la represión de aquellos que no quedan complacidos. Estas pequeñas victorias solo se otorgan porque las autoridades las consideran la mejor manera de evitar cambios mayores.
En tiempos de agitación, cuando todo está en juego, una forma de desactivar una revuelta creciente es otorgar sus demandas antes de que tenga tiempo de escalar. A veces esto parece una verdadera victoria, como en Eslovenia en 2013, cuando dos meses de protesta derrocaron al gobierno presidente. Esto puso fin a los disturbios antes de que pudieran abordar los problemas sistémicos que los originaron, que iban más allá de cuales políticos están a cargo. Otro gobierno llegó al poder mientras los manifestantes todavía estaban aturdidos por su propio éxito, y todo siguió igual.
Al principio de la revolución de 2011 en Egipto, Mubarak ofreció repetidamente lo que los manifestantes habían estado exigiendo un par de días antes; pero a medida que la situación en las calles se intensificó, los participantes se volvieron cada vez más implacables. Si Mubarak hubiera cedido más, antes, podría todavía estar en el poder. De hecho, la revolución egipcia finalmente fracasó, no porque pidiera demasiado, sino porque no fue lo suficientemente lejos: al derrocar al dictador pero al dejar la infraestructura del ejército y el “estado profundo” en su lugar, los revolucionarios dejaron la puerta abierta para nuevos déspotas para consolidar el poder. Para que la revolución tuviera éxito, habrían tenido que demoler la arquitectura del estado mientras todos todavía estaban en las calles y la ventana de posibilidades permanecía abierta. “El pueblo exige la caída del régimen” ofreció una plataforma conveniente para que gran parte de Egipto se movilizara, pero no los preparó para enfrentarse a los regímenes que siguieron.
En 2013, en Brasil, el MPL (Movimento Passe Livre) ayudó a catalizar protestas masivas contra un aumento en el costo del transporte público; Este es uno de los únicos ejemplos recientes de un movimiento que logró satisfacer sus demandas. Millones de personas salieron a las calles y se canceló el alza de veinte centavos. Los activistas brasileños escribieron y dieron conferencias sobre la importancia de establecer demandas concretas y alcanzables, a fin de generar impulso mediante victorias incrementales. A seguir, esperaban obligar al gobierno a hacer que el transporte sea gratuito.
¿Por qué tuvo éxito su campaña contra la subida de tarifas? En ese momento, Brasil era una de las pocas naciones del mundo con una economía ascendente; se había beneficiado de la crisis económica mundial al recibir dólares de inversión que antes eran del mercado norteamericano, que en ese momento estaba volátil. En otros lugares, como Grecia, España, e incluso en los Estados Unidos, los gobiernos estaban de espaldas al muro al igual que los manifestantes anti-austeridad. No podrían conceder sus demandas incluso si lo hubieran querido hacer. Por esto otros movimientos no fueron de lograr tales concesiones, no por falta de demandas específicas.
Un poco después de un año y medio, cuando las calles se habían vaciado y la policía había reafirmado su poder, el gobierno brasileño introdujo otra serie de alzas de tarifas, esta vez más grandes. El MPL tuvo que comenzar de nuevo. Resulta que no puedes derrocar al capitalismo una reforma a la vez.
Si quieres ganar concesiones, apunta más allá del objetivo.
Incluso si todo lo que desea es realizar algunos ajustes menores en el statu quo, sigue siendo una estrategia más inteligente emprender un cambio estructural. A menudo, para lograr pequeños objetivos concretos, tenemos que fijar nuestra mirada mucho más alta. Quienes se niegan a comprometerse presentan a las autoridades una alternativa indeseable para tratar con los reformistas. Alguien siempre estará dispuesto a tomar la posición de negociador, pero mientras más personas se nieguen, más fuerte será la posición del negociador. El punto de referencia clásico aquí es la relación entre Martin Luther King, Jr. y Malcolm X: de no ser por la amenaza que implica Malcolm X, las autoridades no habrían tenido ese incentivo para conversar con el Dr. King.
Para aquellos de nosotros que queremos un cambio verdaderamente radical, no hay nada que ganar diluyendo nuestros deseos para el consumo público. La ventana de Overton (la gama de posibilidades consideradas políticamente viables) no está determinada por aquellos en el supuesto centro del espectro político, sino por los valores atípicos. Cuanto más amplia es la distribución de opiniones, más territorio se abre. Otros pueden no unirse inmediatamente a usted en los márgenes, pero sabiendo que algunas personas están dispuestas a afirmar esa agenda puede animarlos a actuar ellos mismos de manera más ambiciosa.
En términos pragmáticos, aquellos que adoptan una diversidad de tácticas son más fuertes, incluso cuando se trata de lograr pequeñas victorias, que aquellos que intentan limitarse a sí mismos y a los demás, y excluir a aquellos que se niegan a ser limitados. Por otro lado, desde la perspectiva de la estrategia a largo plazo, lo más importante no es si logramos un resultado inmediato en particular, sino cómo cada compromiso nos posiciona para la próxima ronda. Si diferimos sin cesar las preguntas que realmente queremos hacer, nunca llegará el momento adecuado. No solo necesitamos ganar concesiones; Necesitamos desarrollar capacidades.
Prescindir de las demandas no significa ceder el espacio en el discurso político.
Quizás el argumento más persuasivo a favor de hacer demandas concretas es que si no las hacemos, otros lo harán, arrebatando el impulso de nuestra organización para avanzar en sus propias agendas. ¿Qué pasaría si, debido a que no presentamos las demandas, la gente termina consolidándose en torno a una plataforma reformista liberal o, como en muchas partes de Europa hoy, una agenda nacionalista de derecha?
Ciertamente, esto ilustra el peligro de no expresar nuestras visiones de transformación a aquellos con quienes compartimos las calles. Es un error escalar nuestras tácticas sin comunicarnos acerca de nuestros objetivos, como si toda confrontación tendiera necesariamente hacia la liberación. En Ucrania, donde las mismas tensiones e impulso que habían dado lugar a la Primavera Árabe y Occupy produjeron una revolución nacionalista y una guerra civil, vemos cómo incluso los fascistas pueden apropiarse de nuestros modelos organizativos y tácticos para sus propios fines.
Pero este no es un argumento para abordar las demandas a las autoridades. Por el contrario, si siempre ocultamos nuestros deseos radicales dentro de un frente reformista común por temor a alienar al público en general, los que estén impacientes por un cambio real tendrán más probabilidades de caer en los brazos de nacionalistas y fascistas, como los únicos que buscan abiertamente desafiar el statu quo. Necesitamos ser explícitos sobre lo que queremos y cómo pretendemos conseguirlo. No para forzar nuestra metodología en todos, como lo hacen los organizadores autoritarios, sino para ofrecer una oportunidad y un ejemplo a todos los que buscan un camino a seguir. No para presentar una demanda, sino porque esto es lo opuesto a una demanda: queremos autodeterminación, algo que nadie nos puede dar.
Si no hay demandas, entonces qué?
La forma en que analizamos, la forma en que nos organizamos, la forma en que luchamos, deben hablar por sí mismos. Deberían servir como una invitación para unirse a nosotros en una forma diferente de hacer política, basada en la acción directa en lugar de hacer peticiones. Las personas en Ferguson y Baltimore que respondieron a los asesinatos de Michael Brown y Freddie Gray confrontando físicamente a la policía hicieron más para forzar el tema de la violencia policial que décadas de abogar por la supervisión de la comunidad. Aprovechando espacios y redistribuyendo recursos, eludimos la maquinaria tortuosa y sin sentido de la representación. Si debemos enviar un mensaje a las autoridades, que sea esta demanda simple y simple: no te metas con nosotros.
En lugar de hacer demandas, comencemos a establecer objetivos. La diferencia es que establecemos objetivos en nuestros propios términos, a nuestro propio ritmo, a medida que surgen las oportunidades. No necesitan enmarcarse dentro de la lógica de los poderes gobernantes, y su realización no depende de la buena voluntad de las autoridades. La esencia del reformismo es que incluso cuando ganas algo, no retienes el control sobre él. Deberíamos desarrollar el poder para actuar en nuestros propios términos, independientemente de las instituciones que estamos asumiendo. Este es un proyecto a largo plazo y de urgencia.
Al perseguir y alcanzar objetivos, desarrollamos la capacidad de buscar objetivos cada vez más ambiciosos. Esto contrasta con la forma en que los movimientos reformistas tienden a colapsar cuando sus demandas se hacen realidad o se demuestra que no son realistas. Nuestros movimientos serán más fuertes si pueden acomodar una variedad de objetivos, siempre que no entren en conflicto abiertamente. Cuando entendemos los objetivos de cada uno, es posible identificar dónde tiene sentido cooperar y dónde no, un tipo de claridad que no resulta de alinearse detrás de una demanda con el mínimo común denominador.
Desde este punto de vista, podemos ver que elegir no hacer demandas no es necesariamente un signo de inmadurez política. Por el contrario, puede ser un rechazo inteligente para no caer en las trampas que deshabilitaron a la generación anterior. Aprendamos nuestra propia fuerza, fuera de las jaulas y las colas de la política de representación, más allá de la política de las demandas.
“Quizás, sin embargo, la moral de la historia (y la esperanza dEL MUNDO) radica en lo que se exige, no de otros, pero de uno mismo.” –JAMES BALDWIN, *NO NAME IN THE STREET
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¿Cuándo fue la última vez que 400,000 personas estuvieron en cualquier parte de Nueva York sin que la policía hiciera arrestos? La protesta no fue solo una válvula de presión, sino también una pacificación activa; una forma de disminuir la fricción entre los manifestantes y el orden al que se oponen. ↩